En nuestra educación, desde el parvulario hasta la universidad, aprendemos muchísimas cosas interesantes, pero nadie nos explica, tal vez nadie lo sabe, qué hemos de hacer cuando se apoderan de nosotros emociones tales como la cólera, el odio, el deseo o los celos y hacen desaparecer nuestra felicidad y tranquilidad, lo que da lugar a un estado mental perturbado, envenenado e infeliz. En el budismo, sin embargo, se habla mucho de estas emociones negativas y toda la práctica de la meditación y la posmeditación va encaminada a desarraigarlas, ya que son las causantes del mal karma y, por tanto, del sufrimiento. Podríamos decir que ellas son el famoso Samsara.
Nuestra verdadera esencia, la naturaleza de ,buda, es como el sol resplandeciente que siempre está ahí, es la sabiduría primordial que todo lo abarca, luminosa, eterna, sin principio ni fin, amor y compasión infinitos; pero la desconocemos porque está temporalmente velada por la ignorancia primordial que nos hace experimentar la realidad de una forma dual: Tú y yo, el bien y el mal, arriba y abajo, etc. De esta noción ignorante surge un fuerte apego a una fabricación mental nuestra a la que llamamos yo, y para mantenerla y preservarla sentimos aversión hacia todo lo que la pueda amenazar, y atracción por todo lo que la alimente y engrandezca. Es de esta ignorancia, aversión y atracción de donde salen luego todas las demás emociones perturbadoras: envidia, celos, codicia, avaricia, orgullo, etc. En todas ellas hay miedo; no estamos muy seguros de qué es este yo, ni de donde viene ni adonde va.
Hay una gran inseguridad en nosotros. La cólera, por ejemplo, no es más que una reacción de miedo ante algo que nos amenaza o se interpone entre nosoros y lo que queremos. Por eso nos enfadamos y chillamos y hacemos a veces un despliegue de violencia. En el deseo también hay miedo implícito. Miedo de no alcanzar lo que creemos que nos dará la felicidad. Miedo de perderlo luego. En el orgullo y la envidia hay miedo también, aunque escondido bajo una máscara de autosuficiencia; es el miedo a no estar a la altura de las circunstancias, de ser menos que otros, de ser menospreciado. En la avaricia, esa incapacidad para dar y compartir, hay un miedo profundo a perder lo que nos da seguridad, a quedarnos sin nada, a sentirnos pobres.
Si queremos trabajar con estas emociones conflictivas que a veces se apoderan de nosotros, hemos de considerarlas como nubarrones que temporalmente oscurecen la luz del sol. No debemos identificarnos con ellas ni sentirlas como algo propio de nuestra personalidad. En primer lugar, hemos de aprender a reconocerlas. En cuanto nos sintamos infelices hemos de preguntarnos: ¿Qué me pasa? ¿Qué nubarrón está cruzando mi cielo sereno y soleado? Hay muchas variantes y combinaciones de emociones negativas, pero en general encontraremos que están las seis principales: la ira (con sus variantes de odio, resentimiento, enfado, impaciencia) el deseo, la estupidez, la envidia y los celos, la codicia y la avaricia, y el orgullo. Una vez tengamos la emoción clasificada, no hemos de seguirla y dejar que nos arrastre ni tampoco intentar reprimirla. Si nos dejamos llevar por ella, haremos daño a otros y además al actuar o hablar bajo su influencia, crearemos mal karma, que en el futuro se traducirá en sufrimiento. No solo esto , sino que reforzaremos la tendencia a seguir reaccionando de la misma manera en el futuro. Pero si, dándonos cuenta de que es nociva intentamos reprimirla, su energía acabará dañando nuestra salud física y mental. Entonces, ¿qué hacer con ella? Hemos de ser capaces de contemplarla como si fuéramos un observador, como si fuera una nube pasajera, como si no tuviera nada que ver con nosotros y así, al no alimentarla, se irá desvaneciendo por sí sola.
Aunque muchas veces no experimentemos ninguna emoción negativa, la tendencia sigue en nosotros y cuando se presente una circunstancia apropiada alguno de estos venenos mentales se manifestará. Necesitamos trabajar para desarraigarlas. La mejor manera es fomentando actitudes positivas que contrarresten y sean el antídoto para las negativas. El mejor antídoto para todas ellas es el amor verdadero, el que es ecuánime y no espera nada a cambio. La cólera o la envidia no pueden coexistir con el amor porque las primeras están basadas en un apego neurótico al yo, mientras que el segundo está basado en el desapego, en la generosidad que se olvida del yo. Otra actitud por ello muy positiva es la generosidad. Dar sin esperar recompensa de ningún tipo desarraiga las emociones negativas. La paciencia con comprensión es la mejor medicina para la cólera, el odio y el resentimiento.
El miedo y la inseguridad que hay en nosotros y que se manifiestan en forma de emociones negativas provienen de una falta de autoestima. Si sentimos deseo y codicia es porque creemos que ahí fuera existe algo que llenará ese vacío interior. Nos sentimos incompletos e imperfectos, carentes de cualidades. No hemos descubierto nuestros propios valores y los proyectamos al exterior pensando que están ahí fuera. Lo mismo con la envidia y el orgullo; constantemente nos comparamos con los demás, porque no estamos seguros de nuestras cualidades, pero no somos conscientes de esta falta de autoestima, o no queremos serlo, y pasamos nuestra vida disimulando y buscando algo que nos llene.
Para que haya autoestima debe haber amor hacia uno mismo. Creemos que nos amamos, pero no es así. Para amar es necesario conocer, comprender y aceptar. Si no hacemos esto con nosotros es imposible que sepamos hacerlo con los demas. No sabemos amarles ni comprenderles porque no sabemos amarnos ni comprendernos. Somos la persona más cercana y más preciada para nosotros y por ello hemos de iniciar un trabajo profundo de autoconocimiento, que pueda llevarnos un día a la autoestima superior cuando lleguemos a experimentar nuestra esencia perfecta. Hasta entonces hemos de ir trabajando en este sentido. Una de las actitudes positivas que más potencian la autoestima es la generosidad, practicada en todos los múltiples aspectos de la vida y sin esperar nada a cambio. Hemos de empezar siendo generosos con nosotros, comprendiéndonos y perdonándonos, dándonos lo que necesitamos y así seremos capaces de ser generosos con los demás.
Si aumenta la autoestima las emociones negativas disminuyen. La práctica del Dharma en todos sus aspectos, especialmente el de la meditación, será nuestra mejor ayuda para conocernos, amarnos y transformar nuestras emociones negativas en amor hacia todos los seres.
No hay comentarios:
Publicar un comentario